A veces es día, a veces es noche,
a veces es claro, a veces es oscuro. A veces el sol, quiere irse, pero se
queda. La luna, que sale desde temprano le dice aquí estoy.
He visto muchos atardeceres en mi
vida, tantos que he quedado prendado y admirando de la naturaleza. Me ha quedado
clara una cosa en la vida: en los pequeños detalles está lo bonito del mundo.
La luz convertida en naranja, una
enorme bola de fuego despidiéndose de occidente y presentándose en oriente se
vislumbra a lo lejos, hasta más allá del horizonte. Hasta más allá del mar.
Me gustaría estar allí, al fondo.
A lo lejos y observar como el mundo gira sobre su eje y darme cuenta que desde
allí todos somos iguales, un punto pequeño en un enorme planeta (o piedra
redonda, como quiera llamarlo). No he olvidado los cañaverales, ni el cielo
azul nublado en una carretera. Tampoco, ese dulce sabor a tarde que se siente a
casi 5 de la tarde.
La vida me ha dado la posibilidad
de vivir en un punto preciso donde puedo sentir-en una carretera-el dulce frio
del atardecer, el fuerte sol de una mañana normal a las 11 de la mañana. El
sabor sabatino de una parrilla y una mañana de fulbito con buenos amigos.
Las noches calorosas con aroma a
loza junto a dos hermanos y un balón. Los domingos de playa, o los domingos de fútbol
en el estadio cerca de mi casa y el estridente sonido de una corneta.
Seguiré siendo el mismo mañana? Cambiará
algo de mi vida? No lo sé. Solo se vive el presente con ilusiones a futuro. Con
sueños y anhelos de ser mejor en la vida. Mientras tanto sigo-como decía un
grande-sentado en el rincón de una cantina oyendo una canción que yo pedí.