viernes, 1 de mayo de 2015

A veces es día, a veces es noche, a veces es claro, a veces es oscuro. A veces el sol, quiere irse, pero se queda. La luna, que sale desde temprano le dice aquí estoy.
He visto muchos atardeceres en mi vida, tantos que he quedado prendado y admirando de la naturaleza. Me ha quedado clara una cosa en la vida: en los pequeños detalles está lo bonito del mundo.
La luz convertida en naranja, una enorme bola de fuego despidiéndose de occidente y presentándose en oriente se vislumbra a lo lejos, hasta más allá del horizonte. Hasta más allá del mar.
Me gustaría estar allí, al fondo. A lo lejos y observar como el mundo gira sobre su eje y darme cuenta que desde allí todos somos iguales, un punto pequeño en un enorme planeta (o piedra redonda, como quiera llamarlo). No he olvidado los cañaverales, ni el cielo azul nublado en una carretera. Tampoco, ese dulce sabor a tarde que se siente a casi 5 de la tarde.
La vida me ha dado la posibilidad de vivir en un punto preciso donde puedo sentir-en una carretera-el dulce frio del atardecer, el fuerte sol de una mañana normal a las 11 de la mañana. El sabor sabatino de una parrilla y una mañana de fulbito con buenos amigos.
Las noches calorosas con aroma a loza junto a dos hermanos y un balón. Los domingos de playa, o los domingos de fútbol en el estadio cerca de mi casa y el estridente sonido de una corneta.

Seguiré siendo el mismo mañana? Cambiará algo de mi vida? No lo sé. Solo se vive el presente con ilusiones a futuro. Con sueños y anhelos de ser mejor en la vida. Mientras tanto sigo-como decía un grande-sentado en el rincón de una cantina oyendo una canción que yo pedí.