Desde hace años, todos los sábados tienen un sabor
distinto…un sabor a que es día de descansar, de levantarse tarde, de jugar un
partido de futbol, de ir a la playa, de comer un buen ceviche, de ver
televisión de ir a visitar a la familia, etc.
La primera vez que disfrute un sábado-y creo que por eso
me gusta tanto-fue cuando mi viejo me llevo a la cancha de fulbito a verlo
jugar por aquel club que muchos de sus amigos han querido-y me imagino que
quieren hasta la fecha-aquel Daniel A. Carrión.
Por las mañanas se jugaba el clásico fulbito SAGA en el
Acudesi. Mi viejo y sus amigos-ya mayores que yo-nos reuníamos, ellos para
jugar y yo para ver como mi viejo se vestía de corto y se ponía en los tres
palos.
Luego, llegaron los campeonatos en Huanchaquito. Cuando
se jugaba en la loza que se observa desde la carretera. Allí una canción se me
quedo grabada-y hasta el día de hoy cuando la escucho me hace recordar aquellas
épocas-en mi cabeza. No se como, pero cada vez que estaba por allá el Idilio de
Willie Colon se escuchaba en el altavoz.
Cuando no había fulbito, me tocaba ir a hacer mercado con
mamá. Las mañanas frías de los sábados en los micros del Cortijo y las bolsas
de mercado fueron testigos de esos viajes que no duraban ni 10 minutos.
Recuerdo que en aquella época se pagaba 50 céntimos por pasaje, y yo como
era niño-obviamente-no pagaba.
A medio día, el clásico almuerzo de sábado. Era-y
es-religioso comer pescado los días sábados en casa. Mi madre hasta ahora hace
el mejor pescado sudado, arroz con mariscos y el ceviche que haya probado.
Bueno, no era muy grande el plato, pero con que emoción degustaba aquellos
alimentos.
Ya en la tarde, luego del mercado, nos tocaba visitar a
los abuelos en el Porvenir. Allí, el clásico “tardes ama, tardes apa” que decía
mi madre como saludo a mis abuelos, es un sello característico de aquellos
días.
Las tardes con mis abuelos, eran lo máximo. Escuchar a mi
abuelo es algo que nunca olvidaré. Ver a mi tío-un sábado a la tarde con sol-es
una imagen que se me ha quedado plasmado en la retina.
Como dije en comentarios atrás, gracias a ellos aprendí a
ver Chespirito y es por eso que siempre digo que la risa de mi abuelo, era
idéntica a la del Chompiras y que también es un recuerdo de sábado.
Las tardes sabatinas de lonche que nos daba mi abuela, de
yerbaluisa y de pancito con mantequilla son un recuerdo presente en cada uno de
mis pasos. De cuando mi abuelito me decía: “sírvete hijo, toma tu yerbaluisa”
Si no era día de ir a visitar a mis abuelos y mi papá
juagaba por la tarde, me tocaba ir con mis hermanas a la playa. Recuerdo que
siempre iba con mi viejo antes del almuerzo y que luego, mis hermanas llegaban
para que pasemos la tarde allá. Recuerdo que los carros que nos llevaban
decían: Huanchaco, pero nosotros solo llegábamos a huanchaquito. Yo curioso,
preguntaba: ¿Por qué no a huanchaco? Y siempre la misma respuesta: “Esta muy
lejos”
Luego de pasar toda la tarde en el agua, llegaba el
momentos de irse y la agonía que era tomar un micro para ir a casa. Era
terrible, esperar que un micro vacío se asomara para que abordarlo.
Para Febrero-época de carnavales-los micros eran bañados
en el camino a la playa. A veces, una mancha se ponía cerca a la actual zona
del Mall o por donde ahora se encuentra el Campo del Perpetuo Socorro y salían
con sus baldes. Carro que se iba a la playa, carro que mojaban. Era una fiesta.
Por las noches, luego de visitarlos llegaba a casa algo
cansado y con ganas de ver televisión. En aquellas noches sabatinas y
noventeras Risas y Salsa era perfecto para terminar el sábado.
Al final del día, “un hasta mañana mami, hasta mañana
papi” era suficiente para finalizar un día tan agitado como querido. El sábado.
Sábado que en 22 años, me sigue sabiendo igual.