jueves, 3 de mayo de 2012

Intento fallido de novela encontrado en un cuaderno universitario del2008


Querida Karla:
Acabo de visitar la tumba de mi padre en el cementerio. Como siempre le he visto solo, en un campo inmenso de tumbas como si formara parte de una multitud que dijo ya lo que le toco hablar.
Ayer quise verte, pero no te ubiqué. Llamé a la puerta de tu casa y-mediante el intercomunicador-el único que me habló fue el portero, que me decía: “si estas buscando a Karla vienes tarde. Hace más de 2 meses se marchó a Europa”
Quizás este realizando su gran anhelo de conocer España, Alemania o de ver el viejo palacio de Buckingham-me dije al salir del edificio.
Ya son las tres de la tarde, el televisor sigue prendido. Me encuentro en casa; solo. Recuerdo que la tarde del 25 de noviembre llamé a tu casa, para saber como estabas, pero tú no dabas señales de vida. Marqué aquel 251-1373 que había recordado en las épocas cuando salíamos juntos.
Recuerdo que en cada vez que quería salir contigo marcaba tu número como una máquina automática y escuchaba tu bella y melodiosa voz que me decía: “ya amor, ya estoy saliendo” siempre te asombro mi puntualidad. Para todo evento y reunión que tenía contigo, siempre-estaba en tu casa-por lo menos quince o media hora antes de la hora acordada.
En fin; luego de marcar el número que recordé y que grabé en mi agenda del móvil-con el nombre cursi de amor-escuchaba la misma voz melodiosa y bella que me decía: “te haz comunicado con Karla y Andrés si deseas deja tu mensaje después de la señal” yo, tan solo atiné a colgar el teléfono.
Días más tarde, volví a recorrer el mismo lugar donde salías por la ventana a recibirme cada vez que te buscaba. Pasé también por el cementerio y visité a mamá. No se porque, pero desde el día en que la vi ingresar a su aposento-construido aquel 10 de enero-siento que ella contagia de felicidad, paz y amor a los “compañeros de tumba” que están a su alrededor. Me acerqué a su lapida donde se podía leer: “a la memoria de sus hijos” y que mi nombre no estaba.
Será porque aquella vez que compraron la lapida, yo no di ni un varo.
Espero que cumplas el sueño aquel que tenías-cuando estábamos juntos-viajar por el mundo.
Recuerdo cuando me decías: “quisiera conocer Brasil, Argentina, Egipto. En fin, el mundo entero” yo tan solo te decía: eso requiere dinero (como siempre poniendo trabas a la felicidad) y además es demasiado idealista. Tu, con ese idealismo increíble que no lo tenía nadie, dijiste: “vas a ver que un día lo haré”
Cuando vengas a Perú, visítame. Si estas  por Argentina, mándame una postal o una remera del Diego, pero no te olvides de mí.
                                               Atte.
                                                           Ramiro.
Aquella carta fue fechada el 30 e julio de 1997, Ramiro era un joven de 20 años de profesión Abogado. Trabajaba en el estudio más respetado Chiclayo, pero tenía algo malo que lo marcaría de por vida: la soledad.

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