Querida Karla:
Acabo de visitar la tumba de
mi padre en el cementerio. Como siempre le he visto solo, en un campo inmenso
de tumbas como si formara parte de una multitud que dijo ya lo que le toco
hablar.
Ayer quise verte, pero no te
ubiqué. Llamé a la puerta de tu casa y-mediante el intercomunicador-el único
que me habló fue el portero, que me decía: “si estas buscando a Karla vienes
tarde. Hace más de 2 meses se marchó a Europa”
Quizás este realizando su
gran anhelo de conocer España, Alemania o de ver el viejo palacio de Buckingham-me
dije al salir del edificio.
Ya son las tres de la tarde,
el televisor sigue prendido. Me encuentro en casa; solo. Recuerdo que la tarde
del 25 de noviembre llamé a tu casa, para saber como estabas, pero tú no dabas
señales de vida. Marqué aquel 251-1373 que había recordado en las épocas cuando
salíamos juntos.
Recuerdo que en cada vez que
quería salir contigo marcaba tu número como una máquina automática y escuchaba
tu bella y melodiosa voz que me decía: “ya amor, ya estoy saliendo” siempre te
asombro mi puntualidad. Para todo evento y reunión que tenía contigo, siempre-estaba
en tu casa-por lo menos quince o media hora antes de la hora acordada.
En fin; luego de marcar el
número que recordé y que grabé en mi agenda del móvil-con el nombre cursi de
amor-escuchaba la misma voz melodiosa y bella que me decía: “te haz comunicado
con Karla y Andrés si deseas deja tu mensaje después de la señal” yo, tan solo
atiné a colgar el teléfono.
Días más tarde, volví a
recorrer el mismo lugar donde salías por la ventana a recibirme cada vez que te
buscaba. Pasé también por el cementerio y visité a mamá. No se porque, pero
desde el día en que la vi ingresar a su aposento-construido aquel 10 de
enero-siento que ella contagia de felicidad, paz y amor a los “compañeros de
tumba” que están a su alrededor. Me acerqué a su lapida donde se podía leer: “a
la memoria de sus hijos” y que mi nombre no estaba.
Será porque aquella vez que
compraron la lapida, yo no di ni un varo.
Espero que cumplas el sueño
aquel que tenías-cuando estábamos juntos-viajar por el mundo.
Recuerdo cuando me decías: “quisiera
conocer Brasil, Argentina, Egipto. En fin, el mundo entero” yo tan solo te
decía: eso requiere dinero (como siempre poniendo trabas a la felicidad) y
además es demasiado idealista. Tu, con ese idealismo increíble que no lo tenía
nadie, dijiste: “vas a ver que un día lo haré”
Cuando vengas a Perú, visítame.
Si estas por Argentina, mándame una
postal o una remera del Diego, pero no te olvides de mí.
Atte.
Ramiro.
Aquella carta fue fechada el
30 e julio de 1997, Ramiro era un joven de 20 años de profesión Abogado. Trabajaba
en el estudio más respetado Chiclayo, pero tenía algo malo que lo marcaría de
por vida: la soledad.
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