miércoles, 9 de enero de 2013

ME VERAS VOLAR, EN LA CIUDAD DE TRUJILLO




Hermosa foto de la ciudad de Trujillo, tomada desde el cerro campana

Hay algo que tiene está ciudad que enamora a todos los que estamos en ella. Hoy luego de muchos meses, pude subir a ver a Trujillo desde un sexto piso. Y la verdad que embelesa a uno de solo verlo de noche.
Tuve la oportunidad de poder mirar a esta ciudad-por un año-de noche, desde las alturas del edificio-y hasta ahora no entiendo porque le dicen “pabellón” como si estuviéramos en un penal-donde se ubicaba mi facultad. Vista espectacular, veía desde La Esperanza, pasando algo de Florencia y el Porvenir y terminar viendo la subida de la panamericana norte, en el camino hacia el sur, y las aguas-que se ven mansas desde allí, pero que engañan cuando te topas con Buenos Aires-del balneario que muchas veces fue visitado por los distinguidos trujillanos y que hoy se ha convertido en el último lugar donde se desecha la basura: Buenos Aires.
Es tan hermoso poder ver más de un centenar de luces que se ven en cada noche-desde las alturas de la ciudad-y que reflejan, que en cada una de ellas hay un mundo, una vida, un ser y que cada ser tiene una idea, un nombre…en fin, una parte de este mundo.
Las luces-ahora-hasta las partes más altas de la ciudad. Desde donde estoy, veo a mi querido cerro Cabras que alberga a La Esperanza-y que veo desde la carretera panamericana norte cuando cruzo el peaje de Chicama-y me es increíble observar que las luces y las manchas negras-que son las casas-llegan hasta las zonas más altas del cerro.
Es alucinante ver a un Trujillo distinto. Desde arriba todos somos iguales, todos somos seres humanos y que por más que vivamos en el Golf, el centro, California, San Andrés,  Aranjuez, Sector Bellavista en La Esperanza, Barrio 5 de Alto Trujillo, somos tan iguales e idénticos con la única diferencia de que vivimos más cerca  o más lejos del mar.
Trujillo desde aquí se ven tan susceptible, tan indefenso. El mar está a solo unos cuantos kilómetros y los cerros que buscan proteger-desde la zona de la sierra a nuestra ciudad-se ven tan imponentes que menosprecian a los edificios que el hombre ha construido.
Amanece y es otra la historia. Me encuentro en un sexto piso, la clásica neblina de la ciudad y sus primeros sonidos indican que la ciudad está despertando. Que se inicia un día más de vida. Una nueva oportunidad para todos los trujillanos para seguir adelante.
Los cerros aún están nublados. Las narices lloran porque el día comienza y el frio taladra los huesos y cala en cada una de las venas haciendo que cuando la sangre corra se sintiera un tremendo dolor.
Micros, autos, personas inician su día. Las madres compran el pan, los deportistas salen a correr. Los jefes de familia salen de traje a iniciar un día más de labor. El cielo se despeja y la imponencia de sus edificios y de sus cerros vuelven a  ser observados por este candombero.
Los canillitas inician su recorrido. Algunos tiritando de frio, otros ya acostumbrados a este clima que se ha convertido en traicionero. (en algunas ocasiones hace sol y en otras frio) Salgo a la calle y los primeros gritos de llamado a la gente se escuchan. Algunos-todavía lagañosos-salen a hacer la compra del pan, del tamal, de la jamonada.
En la casa de dos pisos de la Jorge Chávez, se escuchan las baladas de la primera hora del día y las noticias de como despertó la ciudad. El desayuno está servido y todos y cada uno de los integrantes de esta familia, salimos a trabajar.
Atrás quedó la tarde y noche de ver como cae la ciudad, de ver como los focos de la ciudad hacen su trabajo y alumbran las vidas de las gentes que al llegar a casa buscan ser recibidos con una sonrisa en la cara.
La ciudad ha vuelto cobrar vida, la gente vuelve a salir así como vuelve a llegar. Hemos crecido, ya no somos los mismos. Hemos dejado de ser la misma gente que hace mucho tiempo atrás, pero igual y como dijo Cerati: “un hombre alado, prefiere la noche”

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