Hermosa
foto de la ciudad de Trujillo, tomada desde el cerro campana
Hay
algo que tiene está ciudad que enamora a todos los que estamos en ella. Hoy
luego de muchos meses, pude subir a ver a Trujillo desde un sexto piso. Y la
verdad que embelesa a uno de solo verlo de noche.
Tuve
la oportunidad de poder mirar a esta ciudad-por un año-de noche, desde las
alturas del edificio-y hasta ahora no entiendo porque le dicen “pabellón” como
si estuviéramos en un penal-donde se ubicaba mi facultad. Vista espectacular,
veía desde La Esperanza, pasando algo de Florencia y el Porvenir y terminar
viendo la subida de la panamericana norte, en el camino hacia el sur, y las
aguas-que se ven mansas desde allí, pero que engañan cuando te topas con Buenos
Aires-del balneario que muchas veces fue visitado por los distinguidos
trujillanos y que hoy se ha convertido en el último lugar donde se desecha la
basura: Buenos Aires.
Es
tan hermoso poder ver más de un centenar de luces que se ven en cada
noche-desde las alturas de la ciudad-y que reflejan, que en cada una de ellas
hay un mundo, una vida, un ser y que cada ser tiene una idea, un nombre…en fin,
una parte de este mundo.
Las
luces-ahora-hasta las partes más altas de la ciudad. Desde donde estoy, veo a
mi querido cerro Cabras que alberga a La Esperanza-y que veo desde la carretera
panamericana norte cuando cruzo el peaje de Chicama-y me es increíble observar
que las luces y las manchas negras-que son las casas-llegan hasta las zonas más
altas del cerro.
Es
alucinante ver a un Trujillo distinto. Desde arriba todos somos iguales, todos
somos seres humanos y que por más que vivamos en el Golf, el centro,
California, San Andrés, Aranjuez, Sector
Bellavista en La Esperanza, Barrio 5 de Alto Trujillo, somos tan iguales e idénticos
con la única diferencia de que vivimos más cerca o más lejos del mar.
Trujillo
desde aquí se ven tan susceptible, tan indefenso. El mar está a solo unos
cuantos kilómetros y los cerros que buscan proteger-desde la zona de la sierra
a nuestra ciudad-se ven tan imponentes que menosprecian a los edificios que el
hombre ha construido.
Amanece
y es otra la historia. Me encuentro en un sexto piso, la clásica neblina de la
ciudad y sus primeros sonidos indican que la ciudad está despertando. Que se
inicia un día más de vida. Una nueva oportunidad para todos los trujillanos
para seguir adelante.
Los
cerros aún están nublados. Las narices lloran porque el día comienza y el frio
taladra los huesos y cala en cada una de las venas haciendo que cuando la
sangre corra se sintiera un tremendo dolor.
Micros,
autos, personas inician su día. Las madres compran el pan, los deportistas
salen a correr. Los jefes de familia salen de traje a iniciar un día más de
labor. El cielo se despeja y la imponencia de sus edificios y de sus cerros
vuelven a ser observados por este
candombero.
Los
canillitas inician su recorrido. Algunos tiritando de frio, otros ya
acostumbrados a este clima que se ha convertido en traicionero. (en algunas
ocasiones hace sol y en otras frio) Salgo a la calle y los primeros gritos de
llamado a la gente se escuchan. Algunos-todavía lagañosos-salen a hacer la
compra del pan, del tamal, de la jamonada.
En
la casa de dos pisos de la Jorge Chávez, se escuchan las baladas de la primera
hora del día y las noticias de como despertó la ciudad. El desayuno está
servido y todos y cada uno de los integrantes de esta familia, salimos a
trabajar.
Atrás
quedó la tarde y noche de ver como cae la ciudad, de ver como los focos de la
ciudad hacen su trabajo y alumbran las vidas de las gentes que al llegar a casa
buscan ser recibidos con una sonrisa en la cara.
La
ciudad ha vuelto cobrar vida, la gente vuelve a salir así como vuelve a llegar.
Hemos crecido, ya no somos los mismos. Hemos dejado de ser la misma gente que
hace mucho tiempo atrás, pero igual y como dijo Cerati: “un hombre alado,
prefiere la noche”

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