martes, 1 de enero de 2013

LA PRIMERA DEL 2013: CENTRO VIEJO, MI CENTRO, CENTRO VIEJO



En muchos años de bloggero, nunca tuve la oportunidad de hablar de uno de los más bellos momentos y recuerdos que he pasado en toda mi vida: El colegio de primaria.
Habiendo culminado el jardín-en 1995-mis viejos decidieron buscarme plaza para estudiar en aquel colegio que en sus años mozos se ubicaba en plena plaza de armas de la ciudad.
Una vieja casona verde albergaba a casi un centenar de alumnos que entre saltos, revoloteos, caminos y gritos pasaron los mejores años de sus vidas.
El viejo, ávido por buscarme un centro de estudios, tuvo que amanecerse en la vereda del colegio un buen día de verano de 1996. Mi madre, para apoyarle, me condujo a ver dónde se encontraba en cuarentón que buscaba plaza para su último hijo y hombre.
--vamos Betito a ver a tu papá. Está buscando plaza para que estudies.
--Ya pues, vamos a verle.
De camino al centro, mi madre me comentaba que haría nuevos amigos y que debería ser una niño educado y siempre pacífico. (Y desde esa fecha siempre trato de ser un ser humano que vive y deja vivir)
Al cruzar la esquina, vimos al viejo sentado en la vereda con una frazada y tiritando de frio. Por aquel entonces, era muy difícil buscar un lugar en ese colegio, pero la vida siempre tiene algo preparado para todos porque luego de formar cola, mi viejo, pudo conseguir una plaza para que su “Jetón” pueda estudiar toda su primaria.
Salto años, pude ingresar al colegio y conocer a nuevos amigos. Al principio de la estancia-a la hora de hacer educación física-tenía que ir con ropa distinta a la obligada por el colegio. No teníamos el dinero como para comprar el uniforme de deporte. Gracias a mi madre, tiempo después pude comprar-aunque sea-el short y el polo de color blanco y negro que utilizaría para sudar en las mañanas frías del centro de Trujillo.
Y a propósito de mañanas frías, cunado niño siempre buscaba tener un par de guantes para protegerme del frio. En tercer grado nos tocó un frio invierno que calaba en los huesos y que mojaba calles, plazas y plazuelas. Y con la humedad también mojaba el patio principal del colegio. En mi memoria está-aún amalgamado-el recuerdo de salir para ir al baño y ver el patio completamente empapado.
El terror de los primero años de estudio, en aquella casona señorial obsequiada por don Pedro Mercedes Ureña (Noble Trujillano) y que en su honor el colegio-hasta la fecha-se llama de esa manera, era la auxiliar Maura. Mamita querida! Hay de los que fuimos, y fueron sus alumnos.
Regordeta como ella sola, de cabellos rubios y pequeños, blanca como la nieve pero igual de fría y autoritaria. No hacías caso alguno o no obedecías sus órdenes te mandaba un griterío de padre y señor mío. El solo hecho de gritarte generaba un llanto incontenible que reflejaba miedo y terror en los que recibíamos el severo mensaje de corrección.
En primer grado tuvimos “el gusto” de conocer sus gritos y su persona. Luego, nos reencontramos con ella en tercer grado. Aliada con aquella profesora que también parecía tener algo en contra de los niños y que nos tocó tenerla como docente en 1997. Su nombre, Marina Díaz Mejía. Como anécdota ella fue la primera y última profesora que me jalo de las patillas en toda mi vida estudiantil. No recuerdo que fue.
Me olvidaba, en primer año de estudio-1996-pude sufrir un enorme dolor que me acarreó hasta 1998. Creyendo que me había adormecido el tobillo izquierdo bajaba las enormes escaleras verdes que me conducirían al nuevo salón en la zona más vieja de la casona la cual estaba ubicada en la parte trasera de aquel plantel.
Llegué a casa y le dije a mi mamá: Se me adormeció el tobillo. Ella reviso mi pie hinchado y me dijo: No. Te has torcido el tobillo. Vámonos al huesero. Y hasta ahora, si veo a la señora que me arreglo el tobillo en el mercado de la Unión la mato. Fue la primera vez que sentí-como dije hace un momento-un dolor tremendo que no se lo deseo ni a mi peor enemigo.
Las épocas de pertenecer a la marcha fueron las únicas. Estuve dentro de la generación que fue adiestrada por aquel instructor que solo recuerdo se llamaba Cerdán. Aquel policía alto, con pinta de veterano de guerra de Vietnam, botas negras y que imponía respeto con su sola presencia y que nos enseñó un sin número de canticos y ordeno a muchos jóvenes que pertenecíamos a aquel batallón.
El rumor se corrido cuando llegó. “Él ha hecho ganar y llevar a Lima al República de Panamá. debe ser bueno entonces” Decíamos los jóvenes de la generación, ye entre marchas en el colegio, salidas a deshoras del colegio por los ensayos, trotes por las calles con canticos que hasta ahora son parte de nuestra vida pasaron aquellos años de instrucción pre-pre militar.
Quinto y sexto año fue de la banda, uno de esos tambores que se veían en batallón de banda albo y negro era este candombero.
Los apuros a la profesora de promoción-Dorina León-en los últimos años fueron motivos suficientes para que nuestra profesora nos tuviera fichados como los relajados de la clase. Solo por el hecho de que llegábamos tarde a los ensayos que eran a la hora de salida.
Finalmente, luego de tanta insistencia la profesora nos soltaba como quien suelta a sus borregos para que vayan a pastear. Corríamos desesperados y subíamos a la vieja fachada de madera, donde se ubicaba la banda, y no dejábamos de tocar los instrumentos musicales que se convirtieron en nuestros amigos.
Entre historias de fantasmas, calaveras, ríos que corren bajo las casas e historias de miedo corrieron los 6 años de estudio.
Me olvide de algunas cosas, mencioné otras pero igual quiero retratar los años que vivimos en aquel local ubicado en la 4ta cuadra del jirón Diego de Almagro y que aquellos recuerdos se quedarán en la mente de este candombero marcados como huellas imborrables de la vida.

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